Alfonso de Borbón, la muy Taylor, el mismísimo Napoleón y la Peregrina

Alfonso de Borbón, la muy Taylor, el mismísimo Napoleón y la Peregrina


Las casualidades, la mera fortuna y la implacable desgracia han creado a lo largo de la historia cadenas impensables que han unido a personajes tan dispares como Elizabeth Taylor y Napoleón Bonaparte. Como es el caso de la perla conocida como La Peregrina.

Una de las perlas que más ríos de tinta ha hecho correr a lo largo de la historia y, sin lugar a dudas, una de las que más veces ha sido retratada por los pintores de cámara es la excepcional peregrina (que recibió ese nombre no por los viajes que habría de realizar, sino por lo extremadamente rara).
 

De las aguas del Caribe


De un blanco inmaculado y con un total de casi sesenta quilates (una vieja unidad de masa que está relacionada con el peso de las semillas del algarrobo), esta perla grandiosa con forma de lágrima fue pescada por un esclavo en el que hoy se denomina laguna de las Perlas, en la actual Nicaragua (una laguna litoral comunicada con el mar Caribe). Y acabó en manos del alguacil de Panamá, un tal Diego e Tebes que, tras su regreso a España, se la regaló a su majestad Felipe II en el año de 1580.

A partir de entonces pasó a formar parte de las joyas de la corona y la lucieron el propio Felipe II, Margarita de Austria, Isabel de Borbón o María Luisa de Parma, entre otras personalidades, tal y como puede observarse en los diferentes óleos en los que fueron retratados con la perla a lo largo de los años.

Sin embargo, con la invasión francesa del siglo XIX, José Bonaparte aprovechó la ocasión y, como muchos otros elementos del tesoro nacional, acabó por agenciarse la grandiosa perla peregrina.

La joya acompañaría al hermano de Napoleón al exilio en los Estados Unidos. Y, según parece, a fin de favorecer la coronación de su sobrino (que llegaría a reinar como Napoleón III) el que había sido apodado Pepe Botella (aunque el sobrenombre vino por el robo de un cargamento de vino, no por su afición al morapio) por la socarronería española terminó vendiéndola junto a muchas otras joyas al marqués de Abercorn (consejero de la reina Victoria de Inglaterra).

A partir de ese momento, la corona española intentó recuperarla en varias ocasiones: al parecer, Alfonso XIII pujó por ella en Londres sin conseguirla.


Apareció Elizabeth Taylor.


Finalmente, en 1969 la casa Parke Bernet de Nueva York organizó una subasta señalando a perla como la de mayor significado histórico del mundo. Intentó entonces comprarla Alfonso de Borbón (primo del rey D. Juan Carlos) para recuperarla y regalársela a su abuela, Victoria Eugenia, buscando que la perla volviera a ser una vez más parte de las joyas de la corona española.

Sin embargo, al parecer, fue un tal Richard Burton el que ganó en la guerra de pujas y se llevó la peregrina por casi cuarenta mil dólares para regalársela a su mujer, la actriz Elizabeth Taylor, que la incorporaría a un collar de rubíes y diamantes diseñado por Cartier.

A partir de ese instante, la peregrina tiene dos historias paralelas.

Según algunos, Hollywood disfrutó de ella en el suntuoso escote de la actriz de inolvidables ojos y, tras la muerte de ella, se subastó de nuevo alcanzando el increíble precio de nueve millones de euros por un comprador desconocido.

Según otros, Alfonso de Borbón consiguió finalmente su propósito y, de hecho, hay varios retratos en los que la reina D. Sofía la luce como colgante de un collar de perlas engarzadas.

Sea cual sea la verdadera historia, las leyendas, rumores e historias que rodean a esta perla extraordinaria darían, sin lugar a dudas, para más de una novela.

Alguna vez lo he pensado…